Gárgolas insomnes

Abril 28 de 2009

Del cerco sanitario al estado de sitio

Las causas y los causantes de la emergencia que hoy cunde en México y se extiende a otros países del mundo están perfectamente identificados. El brote del virus mutante que amenaza con alcanzar el nivel de pandemia fue detectado a tiempo suficiente para evitar que se propagara. ¿Por qué lo ocultaron? ¿Por qué siguen dosificando, escatimando, tratando de controlar la información y reducirla a simples declaraciones y avisos de decisiones que afectan a todos sin consultar a nadie? ¿Será acaso porque su origen está en el sistema de relaciones entre el poder formal y el poder fáctico, el interés general y el particular, la administración pública y la iniciativa privada, y porque su caldo de cultivo es la pauperización de la mayoría de la población por ese sistema de relaciones minoritarias, y porque es una gran oportunidad de lucrar todavía más con la desgracia de este país y mantenerlo a ralla, oprimido, reprimido, sometido, sojuzgado?

Como émulo de Bush el pequeño, que usó el 11-S de pretexto para desplegar a lo ancho y alto su tiranía, Felipe el espurio recurrió primero a la "guerra" contra el crimen organizado (por su propia clase) para legitimar el uso de la fuerza que lo impone y en la que se sostiene, y ahora aprovecha al máximo esta nueva epidemia de influenza y su efecto sicológico en la sociedad para aplicar de facto el proyecto primigenio de Ley Gestapo, imponer un régimen de excepción o estado de sitio con toque de queda que, desde luego, restringe las libertades y los derechos civiles, al aislar individuos, allanar casas y locales, revisar objetos personales de pasajeros y transeúntes, y evitar aglomeraciones humanas (la multitudinaria manifestación del primero de mayo, por ejemplo). Además de suspender parcialmente las garantías individuales, el usurpador de Los Pinos se permite a cambio hacer compras cuantiosas sin licitación pública, todo por decreto unilateral, dictatorial, que le otorga facultades discrecionales para llevar, en resumen, hasta las últimas consecuencias su golpe militar y paramilitar, policiaco y parapoliciaco, y adueñarse del país.

A grandes males, grandes negocios; río revuelto, ganancia de usurpadores.

La similitud entre la tentación totalitaria o fascismo en ciernes a la mexicana y la pesadilla bushiana es asombrosa, pues así como la red terrorista de Osama Bin Laden es producto del Pentágono y la CIA, Los Zetas son una banda paramilitar integrada originalmente por desertores del ejército federal mexicano con entrenamiento kaibil. Y los ataques terroristas del 11-S tuvieron su continuación en forma de ántrax. La historia se repite, primero como tragedia y después como farsa, carácter que la hace aún más trágica en nuestro caso. No olvidemos que al golpe de estado salinista siguió el quinazo y más tarde el chupacabras. Lo mismo que Salinas hace Fecal, pero en grande; lo mismo que Bush el pequeño, pero a menor escala, con la contradictoria diferencia de que su as criminal en la manga puede colapsar al país entero y escamotearse a cualquier forma de control, pues avanza rápidamente hacia la parálisis nacional, empezando por esta ciudad, la más grande y caótica del planeta, secuestrada por la ebrierard y el enanismo magno.

Por lo pronto, ya tenemos nuevos préstamos y más deudas, que pagaremos todos los mexicanos, aunque los beneficiarios sean dos o tres laboratorios farmacéuticos trasnacionales y sus contratistas calderónicos amafiados. Aunque lo diga Ofelia Medina con su protagonismo insoportable, se trata de una fría y objetivísima neta: "La cifra de muertos por la influenza porcina, aún no supera la de un solo día de muertes infantiles por desnutrición en México". Pero lo último que harían los pordioseros y limosneros neoliberales sería destinar el financiamiento contingente a "un programa nacional de emergencia alimentaria". La prioridad de los golpistas son las fuerzas armadas, que hoy distribuyen tapabocas en la calle y mañana tirarán las puertas de potenciales portadores de un virus que tiene mucho más tiempo gestándose y se llama descontento, inconformidad y rebeldía, para taparnos la boca de manera menos amistosa.

Al azuzar el pánico, la histeria colectiva, el miedo social, al provocar masivamente alarma y zozobra, el desgobierno espurio logra que la sociedad civil ceda en los hechos el control de todo al aparato del estado. Al aplicar esta "doctrina del shock" o "capitalismo del desastre", como dice Naomi Klein, la "dictadura de las supermarcas" justifica un repunte del totalitarismo, a cuya tentación no resiste ningún tirano. El pueblo asustado se repliega, abandona el terreno público para refugiarse en el ámbito privado, bajo la influencia de los medios nosivos de comunicación (en tierra de desinformación, el rumor el rey). Entonces el poder opera libremente, a su arbitrio y albedrío, con absoluta impunidad. "A cualquier costo". Ese es el cálculo de la catástrofe o crisis sanitaria que ahora nos venden con la etiqueta de influenza, un gélido cálculo de ganancia política y económica. Falta ver como reacciona, en el sentido más amplio del término, el polo mayoritario de la sociedad, a ver si en efecto somos simplemente un rebaño...

[] Iván Rincón 8.38 PM

Abril 16 de 2009

El martes pasado fui a la Cineteca Nacional a ver El carnaval de Sodoma, de Arturo Ripstein. Nunca veo una película empezada y esta vez llegué a la función de las 20.30 corriendo, sudando, taquicárdico. Entré a la sala que indicaba el boleto, me quité la chamarra, arrepentido de llevar debajo una sudadera, me aflojé el pantalón, me quité los zapatos, aprovechando que el lugar estaba casi vacío, saqué mi cena de la mochila, y empezó una película que ya había visto: El arte de llorar en coro. Me ajusté el pantalón, me puse los zapatos, guardé mi cena y salí a ver en qué sala daban El carnaval. En el camino me encontré con el "encargado" de que todo esté mal; le reclamé y respondió que, cuando regresara, pasaría sin pagar. La función tenía unos minutos de haber empezado y, otros minutos después, decidí que yo no vería de nuevo semejante bodrio aunque fuera gratis. En resumidas cuentas, se trata de una porquería nauseabunda que difícilmente puede uno tolerar hasta el final.

Al pasar por la taquilla de regreso a casa, vi un anuncio de que este jueves estarían Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego en la función de las 18.15. Ingenuamente supuse que escucharían la opinión del público, así que escribí una crítica de una cuartilla para la ocasión. Entré sin pagar, asombrado por la soberbia de los expertos en el autosabotaje, acostumbrados a esperar que el público también se acostumbre a sus estupideces.

Arturo Ripstein se presentó antes de la función. Parecía tenso. Hizo una serie de comentarios que pueden resumirse en dos palabras: "Soy mediocre". Y se fue sin interlocución alguna con el público. "No solo eres mediocre", pensé. "Además eres cobarde". Toleré por segunda vez y por error algo que no merece nadie, ni siquiera el público de la Cineteca Nacional. Tampoco merece comentario alguno, pero ya lo escribí y helo aquí:

El carnaval de Sodoma (2006), de Arturo Ripstein, confirma la impresión que me dejó La virgen de la lujuria (2002), su bodrio anterior: que Ripstein y compañía tratan de compensar la falta de talento, calidad, creatividad y buen gusto con una doble provocación: la del título (siempre la misma sintaxis, como sello) y la ofensa, primero a los refugiados españoles en México y después a los chinos; en ambos casos, ofenden también al público. Independientemente del lugar en donde ocurran los hechos, según la novela homónima en que está "inspirada" la cinta, El carnaval confirma y reafirma otro sello de Ripstein y Paz Alicia Garciadiego, su esposa y guionista: reproducir sin excepción prototipos de mexicanos con vocación de jodidos, pero el patetismo grotesco de los personajes (que rima con ridículamente pintoresco y despectivamente caricaturesco) tiene un efecto de búmerang, al proyectar el patetismo grotesco de los realizadores, que van de mal en peor. Aquí ocurre, por ejemplo, la aberración de que todos los clientes de un putero son inconscientemente homosexuales. Los que no son impotentes, se encaman con un hombre que de ninguna manera parece mujer, pero ellos creen que lo es, como si alguna droga en el té chino los embruteciera más. Este hecho no solo es inverosímil, sino que crea serias dudas sobre la salud mental de Ripstein y Garciadiego.

En cuanto a lo demás, la primera mitad de la película se caracteriza por las pésimas actuaciones de todos y una escenografía de papel de estraza, como siempre, de ínfima calidad, improvisada y barata, algo que también caracteriza a Ripstein, es otro de sus sellos. Los diálogos y monólogos de Garciadiego no son menos absurdos. El humor no es negro, como pretende, sino gris. El sentido de la narración, pretenciosa y pretendidamente circular, es repetitiva, reiterativa y redundante hasta la náusea, porque además se regodea en la inmundicia y la degradación, lo cual es congruente con todo lo anterior y quizá también intenta ser una provocación para causar polémica y escándalo, a falta de aporte alguno, así sea mínimo.

Por simple curiosidad, me pregunto cuánto habrá costado este bodrio infame, peor que el anterior, y por qué lo conocemos hasta ahora.

[] Iván Rincón 10.10 PM

Abril 14 de 2009

Ayer fui en coche al Centro Universitario Cultural (CUC), mi centro de operaciones hace muchos años. Antes de llegar a Universidad por Río Churubusco tuve que desviarme a Coyoacán porque la ebrierard que desgobierna esta ciudad había cerrado por enésima vez ese tramo. Al llegar a los Viveros, el tráfico dobló a la izquierda, como indica la flecha, pero yo iba a la derecha y eso hice, doblé en sentido contrario, a riesgo de cruzarme con una patrulla que me dijera: "Oríllese para la orilla". Una camioneta negra me siguió y otros coches la siguieron a su vez, de manera que el tráfico se hizo repentinamente de doble sentido. Ignoro qué marca era la camioneta, porque soy absolutamente ignorante en marcas de carros, pero era una de esas cosas lujosas y egoístas, valga la redundancia, que cuestan lo mismo que mi departamento. Al llegar a Universidad, el tránsito iba a la derecha, pero yo a la izquierda, así que atravesé el camellón por la banqueta, y la camioneta negra hizo lo mismo. Una vez orientado hacia el sur, rebasé a una patrulla de la policía judicial. La camioneta continuó detrás de mí hasta Copilco, en donde me desvié rumbo al CUC y alcancé a ver detrás de su parabrisas una placa del Senado de la República. Al seguir en dirección a Insurgentes, el chofer se despidió de mí, como diciendo: "¡Bien hecho, compañero! ¡Así se hace!"

Esta complicidad espontánea me hizo reflexionar tanto en la audacia de cafre defeño, caricatura de James Bond al volante, como en lo mucho que tenemos todos en común bajo el régimen del caos cotidiano que ha causado la onda Ebrard. Nuestras decisiones inmediatas son las de un estado de excepción en el que lo normal es que no haya normas ni policía suficiente para vigilarlas, así sea en su propio beneficio, como también es normal. El enanismo magno, hay que insistir, no es nuevo ni exclusivo de esta ciudad, en donde ha llegado al extremo, ha alcanzado un grado nunca antes visto, un nivel inconcebible, salvo acaso en películas como El fin del mundo.

Es obvio que las cosas podrían hacerse bien, pero también es obvio que hay gente con vocación de desastre, como el Gran Hermano, antes carnal Marcelo, gente que nunca está a la altura de sus propios proyectos, gente enana, a la que siempre le queda grande el paquete y, en vez de crecer, se autoengaña y autosabotea. Además de los ejemplos que he dado con insistente rencor y rencorosa insistencia, están los foros de letras dizque libres y dizque interactivas, el monstruo desastroso de internet por antonomasia, que es hi5, y, desde luego, Radio Educación. Un precedente del fracaso monumental o monumento al fracaso que representó el dizque frente dizque zapatista fue la caravana pretenciosamente llamada "Entre el EZLN y el ejército federal estamos nosotros" (octubre de 1994), en la que tuve la vergüenza de participar y la cual no podía tener un nombre que le quedarle más huango. Esta neta me la hizo ver alguien en el CUC de Copilco, de los frailes dominicos, al coincidir en las oficinas del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria, hace muchos años, y la recordé ayer que regresé desencantado al presente, creyéndolo pasado.

[] Iván Rincón 6.20 PM

Abril 9 de 2009

Desierto adentro, de Rodrigo Plá, es la mejor película mexicana que he visto después de Mezcal, de Ignacio Ortiz Cruz, pensó mi otro yo antes de que sobreviniera el tedio y empezara a bostezar. "El ritmo, carajo, está fallando el ritmo", espetó La Bruja. Causa y efecto, comenté. Por lo visto, su efecto soporífero es la causa de tantos premios y reconocimientos. Así como hay escritores que escriben para seducir a un jurado y no a un público masivo, hay cineastas que hacen bodrios enervantes para marear primero al jurado y después al público. Finalmente, lo único en común que tienen Desierto adentro y Mezcal es la fotografía de Serguei Saldívar Tanaka. Por lo demás, Desierto adentro se parece más a la primera versión fílmica de Pedro Páramo, casi insufrible, para mi gusto, al menos en la Cineteca Nacional, donde ver cine de otras épocas es una tortura sadomasoquista. Paradójicamente, las dos veces que pude ver Mezcal, confundí su atmósfera necrófila con el espíritu de Juan Rulfo, a pesar de estar inspirada en Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Hacia el final de Desierto adentro, en cambio, encontré una relación con Cien años de soledad. Aureliano Segundo no se llama Segundo ni se apellida Buendía, pero su abuela bendice al descendiente maldito con una cruz de carbón en la frente. Pequeño guiño para quienes hemos leído más de una vez la obra cumbre de la literatura latinoamericana y seguimos considerándola nada menos que eso, así como a su autor el gran maestro, el maestro de maestros, el maestrísimo, sustantivado, aunque su participación en guiones cinematográficos sea tan mediocre como la de Carlos Fuentes, quien convirtió una novela perfecta en un guión de pesadilla delirante, alucinación fumada, para una película con un reparto en el que ni siquiera Julissa y Jorge Rivero son lo peor. ¡Qué repartida le dieron a Pedro Páramo! ¡Qué gran reparto de madre! "¿Eso escribirás en tu blog?", preguntó La Bruja en el camino de regreso a la taquilla, y respondí que no; escribiré que Desierto adentro es una versión mejorada (épica, para empezar) de El castillo de la pureza, de Ripstein. Al cabo mi blog no tiene más censor que yo ni más lectores que ustedes.

Mientras La Bruja compraba mi boleto para ver en seguida Cría cuervos, de Carlos Saura, escuché que alguien preguntaba sobre el tema qua trata "la película de Ana de la Reguera" (sic). "Trata de las muertas de Juárez" (resic). No es la primera vez que escucho eso, recordó mi otro yo. Una persona inclusive había llegado a la taquilla pidiendo "un boleto para las muertas de Juárez" (requete sic). Yo no vería esa película de nuevo y, en el último de los casos, lo haría nada más para contar las veces que dicen "las muertas de Juárez" o simplemente "las muertas" (unas sin cuenta). Lo peor de Backyard / El traspatio no es el aspecto enfermizo de la "subcomandante" que dispara con la zurda ni su trasero gordo ni su pésima dicción o su dislexia, ni la ínfima calidad del sonido (quizás atribuible a la cineteca), sino la reiteración ofensiva, el insulto a la sensibilidad que la transforma en legítima ira. A ver, bola de pendejos, no son "las muertas de Juárez"; son mujeres vivas, en su mayoría trabajadoras, secuestradas, violadas, torturadas, mutiladas y asesinadas en Ciudad Juárez; muchas fueron desaparecidas y muchas no son "de Juárez", sino originarias de otros lugares. Decir "las muertas" se refiere a la muerte como algo natural, cuando en realidad se trata de asesinatos, feminicidios o femicidios con todos los agravantes posibles. Decir "las muertas" sería válido para cualquier lugar del mundo que no fuera Juárez ni alguna otra ciudad en donde suceda este síndrome de barbarie reproducida sistemáticamente a gran escala, como un holocausto o alguna otra posibilidad de exterminio humano o genocidio.

Cada vez que escucho "las muertas de Juárez" me hierve la sangre porque generalmente lo dice gente que finge no ser indiferente al tema, estar preocupada y hasta ocupada, gente falsa, hipócrita, demagoga, inclusive oportunista, o simplemente imbéciles, descerebrados como los que van a la Cineteca Nacional y no distinguen entre un DVD y un carrete. Los enanos que desgobiernan el recinto han logrado reducir su público a más enanos como ellos. Hacia el final de Desierto adentro, dos enanos que "trabajan" allí se pusieron a gritar y sus gritos invadieron la sala y contaminaron la película. El público tuvo que salir después por otra puerta, pero alcancé a ver que uno de los enanos gritones era el que cobra por estorbar con su obesidad aguada en las escaleras el paso de la gente. Cuando entramos a la sala donde sería proyectada Cría cuervos, había música a todo volumen y los enanos del público platicaban a gritos y pateaban los asientos con singular alegría. Como la película es vieja, el ácaro aplicó una de las reglas doradas del lugar: cuanto más baja sea la calidad del audio, más alto hay que ponerlo (el máximo nivel es el cuatro y ese pusieron), nanque revienten los oidos, pos si revientan, mejor, pa' que naiden se queje luego. Obviamente, los ácaros están sordos y ciegos, además de ser retrasados físicos y mentales, pero tienen y mantienen secuestrada la cineteca en el ejercicio del poder por derecho consuetudinario...

Volveré a ver Desierto adentro, quizás en otra parte, cuando haya visto suficiente cine como para quitarme el amargo sabor que me dejó el enanismo magno, y cuando haya dormido también lo suficiente y haya tomado suficiente cafeína. Por lo pronto, mi voz en el desierto de la soledad clama y reclama como siempre que se vayan todos de la Cineteca Nacional, que no quede nadie en pie, que mi desierto interior se extienda hasta que solo quede el polvo de lo que alguna vez fueron huesos.

[] Iván Rincón 9.02 PM

Abril 2 de 2009

Backyard / El traspatio

Es un buen intento de aproximación al tema del holocausto en Ciudad Juárez, Chihuahua. La película plantea diversas hipótesis, todas válidas: una maraña criminal al servicio de personajes como «El Egipcio», que le ha servido a la policía para solapar sus propias trapacerías o al menos su ineficiencia, ineficacia, ineptitud exasperante y escandalosa, que inspira desconfianza y sospecha, porque no puede ser ajena a la corrupción; lo que ocurre en Ciudad Juárez y otras ciudades no sería posible sin una amplia red de complicidades en todas las esferas, desde lo más básico hasta las cumbres del poder político (poder formal, diría Lydia Cacho, en la medida que detrás está el poder fáctico del crimen organizado), para crear un ámbito de impunidad en el que la barbarie deja de ser noticia, se vuelve cotidiana y normal, si acaso materia prima para la prensa alarmista y la nota roja.

Con recursos periodísticos / informativos que hacen del thriller policiaco un documental, casi reportaje, el planteamiento de la información es correcto, aunque no aporta nada nuevo al público medianamente informado; la falla está en que, por momentos, es denso y, por momentos, aburrido, soporífero. No hay equilibrio entre la documentación y la acción. Los méritos del guión de Sabina Berman se pierden en la dirección de Carlos Carrera, que no está a la altura de las expectativas (por el éxito de El crimen del padre Amaro como precedente), al romper el ritmo a cada paso. Por lo demás, la trama se queda corta en su denuncia, si es que pretende tal cosa, pues los empresarios maquiladores no pasan de "las heladas aguas del cálculo egoísta" a la probabilísima perversidad o perversión, y el gobernador es un hombre con buenas intenciones y voluntad, pero políticamente impotente, frustrado, maniatado, que dedica entonces su atención a la imagen pública y desatina en la elección de su gabinete. Una historia valiente haría sospechosos a todos los políticos, incluyendo a los gobernadores y presidentes, los del municipio y los del país, así como a los empresarios con quienes hay una relación de favores mutuos. A este respecto, me remito al artículo Pederastas en Ciudad Juárez, del misterioso Demetrio Beaz, nuevamente (más de un año sin escribir y su blog no deja de recibir visitas a diario).

Otras fallas de la película están en la personificación de los dos héroes. Para empezar, el hecho de que haya héroes en el cine parece un vicio contagioso, y tratándose de Ciudad Juárez es imperdonable. A eso hay que agregar que Ana de la Reguera, quizá para quitarse el estigma de mujer bonita que tanto estorba a su escaso talento, se dejó demacrar y engordar las chaparreras hasta que su cara pareciera la de una indigente y su cuerpo el de una cincuentona sedentaria. En el papel de mujer policía que dispara con la mano izquierda (¡qué original!), es la antítesis de Jodie Foster en El silencio de los inocentes. No menos convincente es el locutor que funge como autoridad moral de la trama, la voz de la conciencia, encarnada por un actor que ni por asomo habla como locutor y hace un aspaviento grotesco al sacar su grabadora como si desenfundara una pistola en su no-entrevista a la mujer policía, quien termina la conversación con una frase lamentable: "Hágame un favor: a mí ni me mencione". Hasta ese instante uno suponía que ella era una mujer inteligente y sensible, no una débil mental que terminará convertida en la versión femenina de Harry el sucio.

En resumidas cuentas, se trata de un esfuerzo honesto, pero con más fallas que méritos. Los errores menores abundan y para muestra un botón: un policía raso mira a la cámara dos veces al encontrar el cuerpo de una víctima en la árida soledad del desierto.

[] Iván Rincón 9:36 PM

Posdata Cineteca Nacional. Allí todo ha cambiado para seguir igual. En aras de la transparencia, los secuestradores del recinto dizque "nacional" y saboteadores profesionales del cine mundial tienen obligación de informar cuánto han gastado en una "modernización" que se detiene a las puertas de las salas de proyección, y el público tiene derecho a conocer esa información. Además del carísimo desastre que es ahora el estacionamiento y la franquicia a los explotadores del Café La Selva, ¿qué hace falta para que las películas sean proyectadas con la calidad de imagen que existe en cualquier sala comercial de cualquier ciudad del país y del mundo? ¿Qué hace falta para que se vayan todos, empezando por el director y el que cobra por estorbar con su obesidad al público en las escaleras?

Posdata Sala Nezahualcóyotl. Vengo de allí. Fui a la presentación del libro Espejos, de Eduardo Galeano. La sala se llenó a su máxima capacidad, y cientos de personas quedamos afuera... Me alegra que sucedan estas cosas. Desde la presentación de Samuel Ruiz en el Auditorio Ché Guevara hace quince años, yo no había visto que se repitiera este fenómeno. Ayer ocurrió lo mismo en el Palacio de Bellas Artes. Por lo visto, el público de la Cineteca Nacional es el que merece la Cineteca Nacional. El que aglomeró hoy la Sala Nezahualcóyotl merece algo mejor.

[] Iván Rincón 9:54 PM

Posdata posterior al post anterior. No era necesario llevar tan lejos la memoria. Ahora recuerdo que, al presentarse José Saramago en el Palacio de Bellas Artes, cientos de personas tuvieron que escucharlo desde afuera. Después me decepcionó el escritor con las estupideces que dijo sobre las FARC, estupideces por las que una inteligencia superior a la suya, la de James Petras, acabó con él, lo hizo añicos. Eduardo Galeano, en cambio, no creo que nunca me decepcione. Por el contrario, me parece confirmar que no hay mayor carisma ni magia más seductora en la personalidad que la inteligencia.

[] Iván Rincón 06/04/09

Marzo 29 de 2009

Cuentos pichicatos

Los textos que leerán a continuación fueron publicados aquí en distintas fechas y después reunidos en respuesta a la convocatoria que lanzó el año pasado la Universidad Iberoamericana de León, Guanajuato, para editar una antología de microcuentos. Algunos fueron ajustados a la extensión máxima de mil caracteres que, según las bases, debían tener. Otros no tuvieron modificación alguna. El cuento La Noche del Diablo, originalmente sin nombre, sufrió tal transformación que ahora puede considerarse otro cuento. El único inédito por entero es El mejor cuento. A fin de cuentos, no fue seleccionado ninguno, quizá porque el jurado es un atento lector de este blog... En una relectura inevitablemente autocrítica hallé cinco veces la palabra "entonces". Por lo demás, la calidad del trabajo me parece más que aceptable como para seleccionarlo todo sin excepción, pero algo falló, a saber qué. Ustedes dirán.

Histeria breve

"¡Mátalo, mátalo!", gritó ella. "¿Por qué?, ¿por qué?", preguntó él. "¡Es horrible, horrible!", exclamó ella. "¿Qué tiene?, ¿qué tiene?", preguntó de nuevo él. "¡Tiene cara de niño!", gritó ella otra vez. "¡Mira, mira cómo nos mira!" Había llovido esa noche de grillos y luna llena y, después de pasar inadvertida la maravilla de los caracoles que atravesaban la banqueta empedrada con babosa lentitud, la pareja detuvo abruptamente su paseo bajo la luz de los faroles alrededor del parque ante la presencia de aquel monstruoso insecto. Entonces Dios lanzó un rayo con su dedo omnímodo sobre ella y se acabó la histeria. Fin.

La Noche del Diablo

Proyectada por la trémula iluminación de unas antorchas, mi sombra parecía tener movimiento propio... Caminábamos juntos por un callejón desolado, cuando terminó separándose de mí, así que seguí su oscura ruta, confundiéndola siempre con otras sombras, hasta que se detuvo dentro de tu sueño. En mi ausencia, soñabas conmigo. "¿Con quién hablas?", te pregunté. "Contigo", me contestaste. "Pero si allí no hay nadie", te dije. "Estás tú porque te sueño", me explicaste, y advertí de nuevo la independencia de mi sombra, que bailaba entre las llamas de tu fuego. "No seas tan fogosa", te pedí. "Permíteme sacar mi sombra". Un cuervo se posó en tu hombro. "En la Noche del Diablo -murmuraste- los sueños tienen encrucijadas", y tus ojos me miraron antes de que el ave negra los arrancara de sus órbitas... Cuando desperté, mi sombra todavía estaba allí.

Trastorno

Al principio noté alteraciones como el lugar de una hoja de papel, una bolsa de plástico o cualquier cosa ligera que hubiera movido el viento sigilosamente; luego, cambios en las posiciones de la mesa y el refrigerador, o los sitios de las puertas y ventanas. Una mañana entré al baño y encontré la tasa en la regadera, el lavabo en la ventana y el espejo en el techo. Sentí que las escaleras del edificio eran cada vez más largas y lo comprobé contando los escalones. El colmo de esta alucinante sensación es que el edificio se inclina hacia distintos lados, según el día, y está más al centro de la calle; la calle es cada vez más ancha, el supermercado está más lejos y la farmacia más cerca. Antes era necesario atravesar la avenida para ir al parque. Ahora tengo que atravesar el parque para llegar a la avenida... En fin. Sospecho que se trata de un fenómeno que trastorna todo, inclusive la mente de los demás, porque nadie más que yo lo nota.

El tiempo

Cuando el tiempo era niño no conocía más que sus horas, minutos y segundos, pero luego recorrió también sus días, semanas y meses y más tarde sus años, lustros y décadas, hasta que maduró y empezó a escribir un diario, y con el paso de los siglos y milenios, el tiempo envejeció y se dio cuenta de que estaba perdiendo la memoria, aunque aún recordaba que tenía una de papel y decidió leerla desde el principio, pero las hojas iniciales eran tan frágiles que un movimiento las hizo polvo y el viento las esparció por el aire y dejó caer en algún lugar donde se convirtieron en larvas de mariposas que nacieron, crecieron y murieron, así que un niño las puso entre las hojas de un cuaderno que no abrió sino hasta que ya era un anciano y entonces encontró la primera parte del diario que había escrito el tiempo.

¿La lluvia?

Soñé que la lluvia entraba por la ventana de la cocina, como ladrona vil, y mojaba las cortinas y los trastos recién lavados, y anegaba el piso. Mañana te ocupas del desastre, dijo mi otro yo; lo urgente ahora es dormir. Al despertar, cambié las cortinas, enjuagué los trastos de nuevo y... ¡oh, sorpresa! La lluvia se había llevado el modular, el televisor, el DVD y todo el equipo de cómputo.

Mitomanía

Al despertar de un profundo sueño, del que nunca recordaba nada, antes de bañarse y desayunar, revisaba el correo, en donde invariablemente encontraba un mensaje de su interlocutor imaginario. Después de una lectura obsesiva, contestaba y archivaba la misiva junto con la respuesta. En la noche, al finalizar un día más de vacío, soledad y antidepresivos, se enviaba otra carta y dormía, somníferos mediante. Al día siguiente había olvidado el mensaje escrito la noche anterior, y antes que nada, revisaba el correo, en donde se hallaba con su fiel remitente.

El archivo de la correspondencia creció hasta alcanzar una desproporción grotesca. Ella estaba locamente enamorada del interlocutor y lo idealizaba, le revelaba sus más íntimos secretos, en realidad falsos; le hablaba de sus fantasías eróticas, menos genuinas que literarias, y le contaba sueños que no tenía; hasta que el remitente se cansó de tanta pendejada y la mandó al carajo.

Desde entonces ella...

El accidente

El personaje tuvo que ser hospitalizado y, al recuperar el conocimiento, echó de menos sus lentes. Además, le habían quitado la dentadura postiza y el bisoñé. "¿Dónde estoy?", preguntó angustiado, y una voz afable de mujer contestó que estaba en el nosocomio. "Quiero mis lentes, mis dientes y mi pelo", exigió el personaje. Pero ya no le harían falta, informó la voz. En un brutal accidente se había quedado sin ojos, sin boca y sin cabeza. Como reacción, quiso tocarse y notó que tampoco tenía manos. "¿Y cómo es que puedo hablar?", preguntó incrédulo. Pero no hablaba realmente; más bien soñaba, dijo la voz. "¡Quiero mis manos!", exigió de nuevo el personaje. Pero ya no las necesitaba, explicó la voz. Los sueños son inasibles, intangibles, etéreos; no hay nada qué tocar en ellos. Entonces el personaje despertó alterado, sudoroso, taquicárdico; buscó a tientas sus lentes y, en medio de la oscuridad, la soledad y el silencio, se quedó asido al vacío, la oquedad, la nada.

Amor eterno

Solicitó su mano... para disecarla.

[] Iván Rincón 6:06 PM

Marzo 26 de 2009

El hombre que se iba de la ciudad

Comenzó por guardar en un frasco algo del aire contaminado que había tenido que respirar hasta entonces todos los días con sus respectivas noches; planeaba llevárselo de recuerdo, pero al ver que dentro había también una nube, una parvada y un avión, decidió enrollar su calle y doblar en ocho partes el parque donde hacía sus ejercicios matinales; acomodó el puente peatonal bajo sus camisas, junto con los faroles y los postes; metió la plaza entre los libros y la avenida entre las revistas; en una caja de pañuelos desechables cupo el edificio donde vivía, incluyendo a los vecinos; arropó el supermercado en una chamarra y abrió espacio entre sus calcetines para el distribuidor vial; las banquetas y los árboles tuvieron espacio suficiente dentro de los zapatos; a los perros los puso junto con los gatos y las ratas bajo las toallas; para las cucarachas y las moscas bastó con una caja de cerillos; en una de cigarros metió microbuses y carros; buscó una bolsa del mandado para llevarse también el metro, pero cayó en la cuenta de que debía usarlo para trasportarse a la terminal de camiones foráneos, que había empacado por error dentro del botiquín, sin dejar siquiera un taxi libre. Fue así que, en un arranque de coraje, decidió dejarlo todo: ropa, zapatos, libros, revistas, botiquín, y no llevar más que lo indispensable para vivir sin recuerdos atávicos: la ciudad entera.

[] Iván Rincón 8:35 PM

Marzo 15 de 2009

A reserva de publicar una carpeta con mis pininos fotográficos en hi5 o en su caso alguna alternativa, he ilustrado esta página con fotos que tomé en Puerto Escondido y Zipolite; aquí estarán durante un mes, en el que volveré a editar las primeras, porque pueden verse mejor, pero mi navegador es tan lento que me obliga provisionalmente a la mediocridad. En Puerto Escondido coincidieron cinco lugares de internet público donde, además de la calma y horas enteras de tensión, me hicieron perder alrededor de ochenta fotos, entre las cuales estaba yo desnudo, así que si me ven por allí les agradeceré me lo hagan saber; entonces resultará que me las robaron y sabré perfectamente a quién romperle la madre. Si alguien visita Puerto Escondido, por ningún motivo, permita que otros hagan la mudanza de la memoria de la cámara a un disco compacto; sin excepción, háganlo siempre ustedes, aunque no lleven su propia computadora. El lugar más nefasto de esta pesadilla encadenada es el más cercano a Súper Che. Aguas con esos hijos de la chingada.

[] Iván Rincón 04:22 PM

Atardecer en Puerto Escondido, visto desde Carrizalillo. Foto: Iván Rincón

Marzo 5 de 2009

En el texto anterior digo que Juan Luis Concheiro es un pichicato porque me remito a la época del semanario Motivos, que supuestamente dirigía Pablo Gómez, pero ahora veo que el cuñado incómodo pasó del fraude menor en colectivo a los enjuagues millonarios; una nota de hace tres años en La Jornada me hace ver lo desinformado que yo estaba, pero no me sorprende; cuando alguien vive de la deshonestidad calculada en la impunidad, al amparo de parentescos, termina descarándose con negocios igual de turbios, pero cada vez más grandes. Juan Luis Concheiro defraudó a todos los que trabajamos de alguna manera para Motivos; en su momento, creí que yo era el único, pero en los diálogos de San Andrés pude hablar durante muchas horas con mucha gente, como los «guillotinos», quienes me enteraron de la argucia sistemática de Concheiro, con la que "engañó a todos"; es curioso, porque estas palabras salieron textualmente de la boca de uno de los hermanos Moreno Corzo, y cuando yo me apersonaba en las oficinas de Motivos para cobrar, Óscar Moreno me preguntaba: "¿En serio crees que te van a pagar?". Las cosas eran exactamente al revés de lo que me hacía suponer esa burla, es decir, que yo era la excepción. En realidad la excepción era Jesús Ramírez Cuevas, que no solo cobraba por su trabajo, sino también el zapatour: viáticos de reportero enviado por un medio de primer mundo a cubrir una guerra tan cruenta que le permitía quedarse durante semanas en un hotel caro sin enviar nada, ni siquiera un saludo; todo con el pretexto de que la táctica obligada era hospedarse donde Hermann Bellinghausen. Quizá fui la excepción en algo, aunque Juan Luis Concheiro se embolsara el usufructo del trabajo de todos: que solamente yo le di pelea. En una discusión telefónica, Concheiro decía que ya me había pagado y yo le recordaba que había cobrado, con un año de retraso, mi cobertura de Chiapas (sin viáticos, obviamente), pero faltaba mi corresponsalía en Juchitán y mi cobertura de la Campaña 500 Años de Resistencia. Entonces explotó con singular histeria y comenzó a gritar con una voz tan aguda que resultaba literalmente insoportable y tuve que colgar el teléfono. Esperé a que sus gritos dejaran de resonar en mis oídos y pensé que si alguien tenía razón para tronar era yo, así que volví a llamarlo y contestó una mujer que intentó ser intermediaria, pues Concheiro se negaba a tomar el teléfono. Para mi enorme sorpresa, Concheiro arremetió contra ella y, una vez descargada su ira, me contestó con un grito: "¡Ahora qué!"

-Ni ahora ni después vuelvas a gritarme, porque si estuviéramos cara a cara ya estaría rota la tuya -le dije.

Después me enteré de algo más; como Jesús Ramírez Cuevas tardó más de la cuenta en enviar algo, le cerraron el grifo y tuvo que regresar a la Ciudad de México; yo seguí en Chiapas con mis propios recursos y un día llamé a Motivos para avisar que enviaría un reportaje por fax; Jesús Ramírez y el fotógrafo que también habían enviado a cubrir el levantamiento zapatista y de regreso, vieron el fax, lo leyeron y decidieron entre los dos que no se publicaba, que yo no había enviado nada; lo hicieron riéndose del ante de todos y, efectivamente, mi envío no se publicó; eso lo comentaron años después, al calor de unos tragos, dos periodistas (otro fotógrafo y un redactor) que primero trabajaron para Motivos y después para el periódico de Javier Elorriaga, que si no mal recuerdo se llamaba El Espejo y era una vergüenza, tanto que le decían El Engendro. También el periódico sucesor de Motivos era una vergüenza, quizá lo peor que se ha hecho en cuanto a publicaciones impresas desde la época del Partido Comunista. Juan Luis Concheiro envió de nuevo a Jesús Ramírez a Chiapas con la excusa de que salía más barato que una misma persona fuera tecleador y reportero gráfico, y yo nunca jamás volví a tener trato profesional (como periodista) con nadie del PRD; lo hice como activista en las elecciones de 1994 y después tampoco volví a cometer ese error.

Un día encontré a Juan Luis Concheiro en Coyoacán con un grupo de chavos atarantados al que había invitado una chela, tal como hizo con nosotros en la época de Motivos; por eso intuí que seguía siendo la misma basura, con la única diferencia de que tenía que buscar incautos cada vez más jóvenes para engatusarlos. Ahora me entero de que el cuñado incómodo saltó a las ligas mayores del fraude con la contratación de tiempo y espacio para la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) en los medios de comunicación. Quemado ya está, pero me pregunto si algún día pisará la cárcel. La noticia tardía del salto cuantitativo que dio como coordinador de Comunicación Social en la ALDF, y quizá mucho antes, no impide que yo siga considerándolo miserable, como a la mafia del PRD que lo protege...

El pichicato soy yo por estas denuncias que no pasan de ser simples anécdotas quince años después.

[] Iván Rincón 9:36 PM

Posdata que de paso comparte un hallazgo insólito: un artículo del misterioso periodista Demetrio Beaz fue republicado por RazonEs de SER, revista electrónica del gobierno de Coahuila y, desde entonces, ha tenido 5 millones 420 mil 246 lectores. ¿Alguien puede explicarme este hecho? He aquí el texto.

[] Iván Rincón 25/03/09